Cena con Satanas

Cena con Satanas

miércoles, 23 de junio de 2010



Advertencia:

El siguiente relato es ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

El relato contiene pasajes y descripciones que pueden herir la sensibilidad del lector.
Esta ficción está adaptada y basada en un auto de fe de la inquisición francesa del siglo XVII, en la que se describen las aberraciones supuestamente cometidas durante la celebración de una misa negra por unas personas acusadas de blasfemia y herejía.




DE COMO MI MADRE SE CONVIRTIÓ AL SATANISMO

Durante un largo tiempo mi madre había siendo iniciada en el Satanismo por el Sr. Thomson, un amigo satanista de mi tío Salvador. El satanismo es una religión que reniega de todos los prejuicios morales impuesto durante cientos de años por las religiones convencionales, y que proclama la naturaleza animal de hombre, por lo que reivindica la complacencia en la realización de los deseos carnales y alienta dar rienda suelta a los instintos que nacen de esta naturaleza animal.

Y como desde que mi madre tuvo uso de razón, el instinto que más fuerte la motivaba eran las pulsiones sexuales, reproductivas y lujuriosas, ella enseguida había comprendido que el satanismo era la filosofía que le permitiría alcanzar las cotas más altas de placer sexual, al igual que le permitía satisfacerse así misma cometiendo los demás "pecados" sin sentir ningún remordimiento por ello.

Pero para convertirse en una auténtica satanista, mi madre tenía que someterse al rito de aceptación de Satanás como único icono simbólico de todo lo oculto y prohibido que hay en cualquier convencionalismo cultural humano.
Para ello debía entregar su humanidad a Satanás sacrificando en su honor lo más sagrado: una vida engendrada en su propio vientre y que fuera fruto de la lujuria. Por eso, al poco de enfermar mi padre, ella se entregó a todo tipo de practicas sexuales con hombres desconocidos que pagaban para yacer con ella, hasta quedar embarazada.

Así que cuando mi madre parió al niño engendrado, mi tío Salvador y el Sr. Thomson organizaron la ceremonia que consistió en una Misa Negra según el rito ancestral.
El lugar escogido fue una granja propiedad del Sr. Thomson que tenía una de sus dependencias secretas habilitada para dichas practicas. La estancia, de planta rectangular de orientación este-oeste, estaba cubierta en su interior por lienzos negros con el bafomet bordado y perfectamente iluminada con cirios negros sobre lamparas de araña colgadas del techo. El altar allí levantado también era de granito negro. Justo detrás una gran cruz blanca, con los brazos invertidos, se alzaba sobre un tabernáculo de plata sobre el que estaba depositado un cáliz y una patena, igualmente de plata y un ejemplar de la Biblia Satánica. En el lugar de los asistentes tan solo estaban mi tío Salvador, y el Sr. Thomson, ataviados también con túnicas negras y encapuchados, que actuarían como testigos ante la comunidad de la Iglesia Satánica. Yo, que hacía las veces de ayudante, me encontraba a la izquierda del altar vestido con un habito marrón cubriendo mi cabeza con una amplia capucha, y tras de mi, junto al rincón, había dos grandes perros doberman jadeantes y hambrientos, atados con cadenas y tumbados en el suelo en la postura de la esfinge egipcia.

Cuando todos ocuparon su lugar, golpee el gong e hice sonar una campana. Entonces el cura renegado encargado de celebrar e ritual entró cubierto con un amplio manto negro y una capucha que ocultaba su rostro. Empujó la puerta y avanzó despacio seguido de mi madre, que igualmente llevaba puesto un manto negro con capucha que ocultaba el objeto del sacrificio que llevaba en brazos, y que no era otra casa que el niño que ella misma había parido hacía escasamente un mes y medio.

De una maleta que llevaba consigo, el abate sacó unos cirios negros, de forma serpenteante, que decía habían sido hechos con la grasa de abortos, que conseguía de una clínica abortista, que colocó encendidos a los pies del altar. Luego sacó unas hostias consagradas robadas de una iglesia cristiana y las puso en la patena. Terminadas estas operaciones, el cura se despojó de su manto y apareció vestido con los hábitos de aquel culto que iba a profanar una vez más.

Acto seguido le quitó a mi madre el manto de terciopelo que conservaba puesto. Desanudó el cinturón dorado que ceñía al talle los velos blancos y casi transparentes con que iba vestida y bajo los cuales, completamente desnuda daba de mamar del pecho derecho al hijo que iba a ofrecer a Nuestro Señor Satanás a cambio de ser acogida por Él. Después, la despojó de aquellos velos.

Mi madre estaba preciosa, perfectamente maquillada para la ocasión. El pelo negro recogido en un moño con aparente descuido. Su cara iba ligeramente empolvada dándole una apariencia de tenue palidez, y sus ojos perfilados con abundante rímel tras una ligera capa oscura al rededor de sus ojeras que le daban ese toque siniestro que la ocasión merecía. Sus labios iban pintados de carmín negro, y las largas uñas igualmente pintadas con esmalte negro.

Sin pronunciar palabra, mi madre avanzó hacia el altar y, tras dejar al niño en el suelo frente al ara del sacrificio, que comenzó a llorar, se tendió sobre éste en la forma ritual: la cabeza sobre una almohada en dirección sur y las piernas colgando, abiertas de par en par, frente a la cruz invertida y al cura, exponiendo su sexo esplendorosamente humedecido por la excitación, y debidamente acondicionado para la ocasión con la parte de la vulva completamente rasurada pero conservando el vello del pubis perfectamente perfilado y recortado.

Con mano experta, el renegado sacerdote le quitó las horquillas que sujetaban los cabellos de mi madre, cayendo éstos en cascada por encima de los lienzos negros que cubrían el altar. Después, entre los opulentos pechos llenos de dulce liquido vital, y temblorosos por una anhelada voluptuosidad, el cura colocó la patena de plata que contenían las hostias consagradas y sobre su vientre, concretamente sobre el pubis, puso un crucifijo cuyo pie tenía forma de falo.
El renegado se arrodilló con las manos juntas, cerca del cuerpo desnudo de mi madre pronunciando las palabras "Shemhamforash" y "Ave Satán!" que fueron repetidas por los asistentes tras oír el gong, tras lo cual, y durante algunos minutos, imploró en silencio la ayuda de Satanás y de las potencias infernales.

Cuando el cura se levantó, tomó en sus manos una de las hostias consagradas sosteniéndola entre el pulgar y el índice de su mano derecha. La alzó luego a la temblante luz de los negros cirios mientras su mano izquierda acariciaba los pechos de mi madre, de cuya garganta se escapaban algunos gemidos de voluptuosa impaciencia mientras que de sus oscuros pezones brotaba leche.

La mayor de las profanaciones la realizó entonces el renegado cura, utilizando el sexo de mi madre como receptáculo de la hostia consagrada. Acto seguido se arrodilló entre sus piernas colgantes acercando su rostro a su sexo, cerrándolas ella en ese momento aprisionando su cabeza. Mi madre gimió con fuerza cuando sintió como la larga y puntiaguda lengua del cura comenzó a abrirse camino entre los labios para penetrar como una serpiente en su vagina y succionar la hostia consagrada empapada de los flujos vaginales de mi madre.
Como un arco de carne palpitante, su cuerpo se dobló y ya su cintura no rozó siquiera el altar profano. Esto hizo que resbalara la patena de plata y cayera al suelo el crucifijo junto al niño que lloraba desconsolado en el suelo, mientras ella increpaba al renegado, pidiéndole a gritos que se apresurara y la poseyera.
El cura se puso de pie y, levantándose los hábitos, se abalanzó sobre el cuerpo de mi madre que se estremeció bajo su ataque cuando el pene se introdujo hasta lo más profundo de su ser. El cura, que parecía estar poseído por el mismísimo Demonio, poseyó a mi madre impetuosa y violentamente hasta que, tras provocarle varios orgasmos, depositó en su interior su esencia creadora de vida. Después, una vez hubo satisfecho la lubricidad que mi madre demandaba llenando su vagina con su semen, el cura volvió a reponer en su sitio la patena, pero la cruz se la introdujo en la vagina.
Mientras el cuerpo de mi madre aún se convulsionaba estremecida por el placer recibido, el cura, con los brazos alzados, gritó con voz demencial:

¡Astaroth! ¡Asmodeo! ¡Satán!...¡Dueños de los Infiernos! ¡Yo os conjuro fervientemente para que aceptéis el sacrificio del niño, hijo de esta perra que voluntaria y gustosamente mente os lo ofrece...!

Dicho esto me apresuré a hacer sonar el gong, y el Sr. Thomson, que ya sabía lo que debía hacer. Recogiendo la criatura del suelo, tendió hacia aquel hombre el cuerpecito del niño que lloraba desconsolado, y este, a su vez, lo depositó sobre el vientre de mi madre que permanecía tumbada y en éxtasis con el crucifijo introducido en su vagina:

El celebrante se armó de un largo y afilado cuchillo y gritó:

¡Oh, Astaroth! ¡Oh, Asmodeo! ¡Oh, Satán! ¡ Yo solicito de vuestra gracia y de vuestros poderes la muerte para el hijo que os ofrece esta renegada, vuestra sierva Inés, y pido que la maldición de los infiernos recaiga sobre todo aquel que pretenda despreciarla por ello, por lo cual te implora esta mujer desnuda, para que le permitas entrar en gracia en tu Corte diabólica!

Dicho esto volví a hacer solar el gong, y se izo el silencio.

Lentamente, el cuchillo descendió hacia el cuello del bebé que era sostenido por su propia mi madre, en el que se hundió de un golpe seco salpicando de sangre el cuerpo de la mujer y la estola del innoble sacerdote, el cual llenó luego el cáliz de plata con la sangre que manaba de garganta del agonizante bebé. Después arrojó al suelo el pequeño cadáver y, metiendo sus manos en la sangre e invocando a Satanás con las palabras "Shemhamforash" y "Ave Satán!", se puso a bañar el vientre y los senos de mi madre, antes de alzar su casulla y repetir aquel acto consigo mismo en su pene nuevamente erecto, mientras los participantes repetían estas palabras y yo hacía sonar el gong.

Luego de invocar el nombre de Satanás, y después de que yo hubiese hecho sonar el gong, bebió un largo sorbo de la sangre de la criatura y pasó el cáliz a mi madre que apuró la sangre aún caliente de su hijo sacrificado, hasta que las últimas gotas resbalaron por la comisura de sus labios.

Una vez ella hubo apurado el liquido vital, golpee de nuevo el gong.
Mi madre lloró de satisfacción cuando el sacerdote le impuso una medalla con el símbolo del Bafomet, un pentagrama invertido, y que representa los placeres terrenales. Sus lágrimas hicieron correr el rímel de sus ojos, dejando unos chorretones negros que resaltaban sobre su pálida mejilla.

La imagen que presentaba mi madre era de lo más diabólica. El pelo suelto y enmarañado, los ojos rojos y muy abiertos, el rímel corrido por sus mejillas, la sangre que le chorreó de sus labios pintados de negro, y la boca abierta en un rictus de ansiedad contenida indicaba plenamente y sin ningún genero a dudas que mi madre estaba siendo poseída por el mismísimo Satanás. En ese momento sacó el crucifijo fálico de su vagina y lo lamió ávida y lascivamente, para luego tirarlo con desprecio al suelo. Esto me excitó de tal manera, llenándome de tanto orgullo y satisfacción que noté como eyaculaba expulsando chorros de semen sin tan siquiera haberme tocado el pene.
Sentí mucha alegría porque al fin ella se había liberado de toda atadura moral, y era consciente de que a partir de se día se abría para mi madre un mundo lleno de placeres lujuriosos sin limite, lujos y riquezas.

El acto terminó con seis toques de gong y una serie de oraciones invertidas, blasfematorias y obscenas, antes de que mi madre cogiera por los pies el cadáver su hijo, la victima propiciatoria que le había permitido ser poseída por Satanás y obtener su bendición y protección, y se lo echara a los dos perros que se levantaron ansiosos cuando ella se acercó, y comenzaron a devorarlo rápidamente desgarrando su cuerpo hasta convertirlo en un amasijo de carne de lechal humano.

Durante unos instantes todos nos regocijamos complacidos en la contemplación de aquella escena, después de lo cual los cuatro participantes se entregaron a toda clase de contactos carnales, copulando con mi madre como animales durante largo tiempo en una orgía demencial que llegó a las cotas más altas de la depravación humana

2 comentarios:

  1. Excelente historia obscena depravada exitante toda una obra.
    Saludos desde Mexico

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